Italy's Globe - La lealtad, ese vaso roto.
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La lealtad, ese vaso roto.

Graphion | 06/04/2025 10:49 | artículos de crítica

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Del otro lado de la vereda, ayer mi colega columnista Nora Wills reflexionaba sobre el rol de la mujer en las voladas, una mirada necesaria que nos invita a pensar los lugares que ocupamos y dejamos ocupar en este juego. Hoy, desde esta columna, quiero hablar de otra fractura profunda en nuestra comunidad: la lealtad.


Hablar de lealtad en 2025 es casi un acto de nostalgia. Es querer mirar atrás y tratar de encontrar un valor que, poco a poco, se ha ido diluyendo entre traiciones, cierres abruptos de familias, peleas internas y promesas quebradas. Ayer lo discutía con un viejo don de la comunidad mafiosa y no pudimos evitar preguntarnos: ¿qué queda hoy de esa lealtad férrea que alguna vez sostuvo a los gremios? ¿Qué pasó con esa convicción de defender una bandera hasta el final, incluso cuando las circunstancias eran adversas?


He tenido el privilegio —o el peso— de ser don en muchas organizaciones. Santini, Moretti, Tabuzzi, Fanucci, y tantas otras que hoy descansan en la memoria de quienes realmente vivieron la época dorada de este mundillo. Y si algo aprendí en ese camino es que la lealtad, lejos de ser una promesa eterna, es tan frágil como un vaso de vidrio: una vez roto, es casi imposible reconstruirlo sin dejar cicatrices visibles.


La pregunta es: ¿por qué se rompe esa lealtad?


La respuesta, aunque duela, es sencilla: porque hoy en día basta una mínima oportunidad de poder para quebrar años de compromiso. Porque hay quienes ven en el control de una sala, en un rango, en una insignia, la excusa perfecta para cambiar de familia como quien se cambia de ropa. Porque algunos aún creen que ser leal es algo que se puede desactivar cuando ya no conviene.


Hay casos que todos conocemos. No es necesario poner nombres, porque cada uno de nosotros tiene su lista personal de traiciones vividas. Corleone, Gioelli, y el mismo periódico han sido víctimas de esos actos que, aunque vengan disfrazados de “estrategia” o “renovación”, no son otra cosa que traición. Lo peor es que muchos ya lo ven como algo normal. Y ahí radica lo más triste: cuando la traición deja de doler, es porque la lealtad ha dejado de existir.


Este es un juego, sí. Pero también es un espacio de vínculos, de comunidades, de proyectos compartidos. Cuando hablamos de lealtad no hablamos de obediencia ciega, sino de respeto. De amor genuino a una familia, a sus ideales, a su gente. Y ese amor, aunque parezca cursi, es lo único que diferencia a una organización viva de una simple sala decorada.


Yo he sido leal. A veces a pesar de todo. A veces, incluso, contra mi propio interés. He tenido diferencias con fundadores, con miembros, con decisiones internas. Pero nunca dejé de amar lo que construimos en Santini, en Tabuzzi. Nunca dejé de sentir que, a pesar de las heridas, había algo más fuerte que la traición: el compromiso.


Quizás este texto sea una carta a quienes aún creen. Quizás sea un lamento, o tal vez un intento de recordar que alguna vez hubo códigos. Que alguna vez pertenecer a una familia no era simplemente una formalidad, sino un acto de fe.


No sé si la lealtad está muerta. Pero sí sé que está herida. Y solo quienes aún la valoran podrán intentar salvarla, aunque sea un poco, aunque sea en su rincón.


Que este artículo no sea un reproche. Que sea un espejo. Un recordatorio de lo que fuimos, y de lo que podríamos volver a ser… si alguna vez decidimos volver a mirar con el corazón.