“Con cariño, desde adentro”: mujeres, poder y doble moral.
Nora Wills | 05/04/2025 09:37 | artículos de crítica
A lo largo de la historia del gremio mafioso en Habbo, las mujeres no solo han ocupado espacios de liderazgo, sino que han sido las artífices de algunas de las jugadas más ingeniosas, complejas y determinantes que se recuerden. Sin embargo, existe una constante: cuando una mujer actúa con contundencia, se le exige una explicación moral que rara vez se le exige a sus pares masculinos.
Este artículo no es un juicio. Es una mirada crítica desde el feminismo a los distintos modos en que las mujeres han accedido al poder dentro del gremio. Porque si bien las historias de liderazgos femeninos ya se han contado —y muchas veces con tono celebratorio—, hay otro lado menos romántico pero igual de valioso: el de aquellas mujeres que decidieron jugar el juego desde adentro, aunque eso implicara camuflarse entre relaciones, ganarse confianzas, o tomar decisiones que otros llamarían “traición”.
Sí, hablo de las infiltradas. De las que entraron a una familia rival desde el puesto más bajo, aguantaron el desprecio, el ninguneo y el machismo solapado… y cuando llegó el momento, accionaron. A veces con una volada. A veces con una filtración de permisos. A veces con una simple palabra dicha al oído correcto.
Y hablo también de aquellas que usaron el afecto —incluso el romántico— como parte de su estrategia. Mujeres que se vincularon con miembros de alto poder, no desde la sumisión, sino desde la inteligencia política. Algunas lo hicieron para proteger a su gente. Otras por venganza. Otras simplemente porque podían.
Ahora bien, ¿cuántas veces esas estrategias son vistas con desprecio cuando las ejecuta una mujer? ¿Cuántas veces se las ha tildado de manipuladoras, frías, convenidas? ¿Y cuántas veces se ha celebrado a hombres que hacen lo mismo bajo la bandera del “juego limpio”?
El caso de Beatriz es el mejor ejemplo de esta doble vara. Infiltrada durante meses en una de las organizaciones más sólidas del gremio, se ganó la confianza de todos, incluyendo la del propio Don. Muchos vieron en ella una figura decorativa, una especie de compañera amable y silenciosa. Pero cuando ejecutó su jugada, fue magistral. La volada fue quirúrgica, implacable, transformadora. El daño a la familia anfitriona fue irreparable, y su propia organización la recibió como una heroína silenciosa.
¿Y qué dijeron entonces? Que había engañado, que era desleal, que lo hizo “por amor” —como si eso le quitara valor a su capacidad estratégica. A ningún Don se le exige pureza moral cuando lidera una traición. A ella, sí.
Es aquí donde aparece la verdadera pregunta: ¿estamos realmente dispuestos a aceptar que las mujeres participen del juego mafioso en igualdad de condiciones? Porque si vamos a hacerlo, tenemos que dejar de esperar que lo hagan con guantes blancos.
El poder, en el gremio, se construye, se disputa y a veces se arranca con los dientes. Eso no es una crítica: es una descripción de cómo funcionan las reglas. Y las mujeres, cuando deciden jugar, lo hacen sabiendo que cualquier movimiento se les va a mirar con lupa.
No se trata de justificar nada. Se trata de entender que la moral del gremio no puede seguir siendo selectiva, y que la participación de las mujeres no debe pasar por filtros de simpatía, afecto o corrección. Ellas también tienen derecho a ser temidas, respetadas, odiadas o admiradas… por sus actos, no por su género.
¿Está bien? ¿Está mal? ¿Se “usa” a la mujer para este tipo de ataques? Tal vez sí. Tal vez no. Tal vez deberíamos dejar de pensar que la mujer es “usada” y empezar a asumir que, muchas veces, es ella quien usa el sistema a su favor.
Porque al final del día, en el gremio, no hay formas puras de llegar al poder. Hay caminos. Y muchos de esos caminos tienen nombre de mujer.
Nos leemos en la próxima columna.
Y recuerden: si se puede decir, se debe decir.
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