¿Amarillistas nosotros? No, sinceros. Y eso duele.
Graphion | 04/04/2025 21:08 | artículos de crítica
¿Soy amarillista? La pregunta me taladra hace días. Me da vueltas en la cabeza como si hubiera cometido un pecado imperdonable. En este juego —que a veces parece más real que la vida misma— se nos pide que informemos, que contemos qué pasó, quién lo hizo, cómo se dio. Nada más. Nada menos.
Y eso es lo que venimos haciendo.
Pero parece que en este mundo paralelo donde la historia pesa, los apellidos arden y las alianzas se cocinan en silencio, decir la verdad es el nuevo crimen. Invité amablemente a la señorita GraceSlick a una emisión, con respeto, con altura. Y su respuesta fue tan clara como ofensiva: “No participo de medios amarillistas.”
¿Amarillistas? ¿Por decir lo que otros callan? ¿Por tener memoria cuando tantos prefieren el Alzheimer selectivo? ¿O por no jugar a la fantasía de la legitimidad donde no la hay?
¿De verdad hay que explicar que una familia —una organización, una estructura— no es legítima si no cuenta con la aprobación de su fundador? ¿Qué clase de teatro barato estamos aplaudiendo si damos por válida una sucesión armada a espaldas del creador, mientras lo desfenestraban como si fuera una basura descartable?
Pero claro, contarlo incomoda. Decirlo en voz alta, molesta. Y como no tienen argumentos, disparan con el adjetivo fácil: amarillistas. Porque es más sencillo atacar al mensajero que afrontar el mensaje. Porque para ellos es mejor vivir en una mentira decorada que en una verdad áspera.
¿Y sabés qué es lo más gracioso? Que aún así, les damos respeto. Nombramos a las facciones con su nombre. Aclaramos a qué familia responde cada una. Y eso que ni siquiera deberíamos. Porque si nos guiáramos por lo que dicta la historia, más de uno tendría que andar pidiendo disculpas en vez de exigir títulos.
Entonces, ¿quién está mal acá? ¿El que informa con crudeza o el que pretende tapar el sol con un dedo?
Acá no venimos a hacer prensa rosa. Venimos a contar lo que pasa. Y si eso escuece, bien. Que escueza. Porque el problema no es nuestro tono, ni nuestro estilo. El problema es que estamos diciendo lo que muchos prefieren barrer bajo la alfombra.
Así que no. No somos amarillistas. Somos sinceros. Y eso, en este juego, es un acto revolucionario.